Una traducción de la parte
correspondiente al paso undécimo del Libro Azul
El Undécimo Paso sugiere la oración y la
meditación. No debemos ser tímidos en esto de la oración. Personas mejores que
nosotros rezan continuamente. La oración es eficaz si mostramos buena
disposición y si hacemos los esfuerzos necesarios. Sería fácil mantenernos en
lo vago del campo de la oración. Pero intentaremos ofrecerles algunas
sugerencias precisas y útiles.
Antes de acostarnos en la noche, pasamos revista, de
manera constructiva, a nuestra jornada. ¿Odiamos a alguien? ¿Tuvimos
resentimientos? ¿Fuimos egoístas, deshonestos o cobardes? ¿Debemos disculpas a
alguien? ¿Llevamos dentro de nosotros cosas que debimos haberle platicado a
otra persona, sin ninguna demora? ¿Fuimos buenos y comprensivos con todos? ¿Qué
cosa hubiéramos podido hacer mejor? ¿Pensamos en nosotros mismos la mayor parte
del día? ¿O pensamos en lo que podríamos hacer por los demás, en nuestra
pequeña contribución que podremos aportar a la vida que transcurre? Mas debemos
poner mucha atención en no caer en inquietudes, en remordimientos o en
reflexiones depresivas, pues esto disminuirá nuestra posibilidad de ser útiles
a los demás. Después de este examen de conciencia, le pedimos perdón a Dios, y
le pedimos que nos haga saber las medidas adecuadas para mejorar nuestra
conducta.
Inmediatamente después de despertar, pensamos en la
jornada que nos espera. Hacemos un plan y, antes de comenzar, pedimos a Dios
que guíe nuestros pensamientos, suplicándole alejar de nosotros toda
autoconmiseración y todo comportamiento que pudiera ser deshonesto o egoísta.
En estas condiciones, podemos usar nuestras facultades mentales con extrema
seguridad, porque, después de todo, Dios nos ha dado una inteligencia para
servirnos de ella. Nuestra inteligencia se elevará a una dimensión mucho más
elevada, cuando nuestros pensamientos sean liberados de motivaciones egoístas.
Cuando pensamos en la jornada que nos espera, quizás
debamos afrontar dentro de nosotros a la indecisión. Pudiera ocurrir que no
sepamos qué camino recorrer. Entonces pedimos a Dios que nos inspire, que nos
haga decidir, una intuición. Nos tranquilizamos, tomamos las cosas con calma.
No combatimos. Nos sorprendemos de poder encontrar buenas resoluciones después
de haber hecho estas tentativas durante un cierto tiempo. Lo que tenía toda la
apariencia de ser un golpe de suerte o una inspiración del momento, poco a poco
se convierte en un hábito de nuestra mente. Como aún nos falta experiencia
porque hace poco tiempo que iniciamos un contacto con Dios, es poco probable
que seamos tocados por la inspiración todas las veces. Es posible también que
paguemos esta presunción con toda clase de acciones y de ideas absurdas. No
obstante, nos damos cuenta de que, con el tiempo, naturalmente, nuestro modo de
pensar se avecindará más cerca de la inspiración. Poco a poco podremos fiarnos
de ella.
Terminamos generalmente nuestra meditación con una
oración en la que pedimos a Dios que nos haga saber, durante todo el día, cuál
es el próximo paso que debemos dar y que nos conceda aquello que necesitamos
para resolver tales problemas. En particular, pedimos no ser esclavos de las
propias visiones personales, y nos cuidamos de pedir algo para nuestra ventaja.
Podemos pedir alguna cosa para nosotros que sea también para el bien de otros.
Ponemos mucha atención en que nuestra oración no sea formulada para obtener el
cumplimiento de nuestros deseos egoístas. Muchos de nosotros han perdido mucho
tiempo haciendo esto, y así no se obtiene ningún resultado. Puede usted
fácilmente ver por qué.
Si las circunstancias lo permiten, podemos pedir a
nuestras esposas o a nuestros amigos unirse a nosotros en nuestra meditación de
la mañana. Si la religión que profesamos requiere expresamente ciertas
oraciones de devoción en la mañana, cumplimos este deber. Si no pertenecemos a
ninguna religión, escogemos algunas veces oraciones que delineen los principios
que hemos estudiado. Aunque hay muchos libros útiles, un sacerdote, un pastor o
un rabino están capacitados para darnos sugerencias a este respecto. Dese
rápidamente cuenta en qué cosa tienen razón las personas religiosas. Sírvase de
aquello que le ofrezcan. Durante el día hacemos una pausa cuando estamos
agitados o tenemos dudas, y pedimos luz y acción. Nos acordamos en todo momento
de que ya no estamos para dirigir el espectáculo, repitiéndonos esta frase
muchas veces durante el día: “Hágase Tu voluntad.” Entonces corremos mucho
menos riesgos en lo que concierne a nuestros nervios, al miedo, la cólera, la
inquietud, la autoconmiseración y las decisiones alocadas. Nos volvemos personas
eficientes. No nos cansamos tan fácilmente, porque no quemamos más nuestra
energía de manera alocada, como lo hacíamos cuando intentábamos organizar
nuestra vida para complacernos a nosotros mismos.
Este método es eficaz -lo es realmente.
Nosotros, los alcohólicos, somos indisciplinados.
Entonces dejemos que Dios nos discipline con el método tan simple que acabamos
de explicar.
Pero esto no es todo. Todavía hay muchas cosas que
hacer. “La fe sin las obras es una fe muerta”. El próximo capítulo está enteramente
dedicado al Duodécimo Paso.
Tomado de “EL LIBRO AZUL.- Traducción española del
texto básico de la Edición de los Pioneros de Alcohólicos Anónimos”.
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