miércoles, 1 de abril de 2020

El undécimo paso tomado del Libro Azul


Una traducción de la parte correspondiente al paso undécimo del Libro Azul

El Undécimo Paso sugiere la oración y la meditación. No debemos ser tímidos en esto de la oración. Personas mejores que nosotros rezan continuamente. La oración es eficaz si mostramos buena disposición y si hacemos los esfuerzos necesarios. Sería fácil mantenernos en lo vago del campo de la oración. Pero intentaremos ofrecerles algunas sugerencias precisas y útiles.

Antes de acostarnos en la noche, pasamos revista, de manera constructiva, a nuestra jornada. ¿Odiamos a alguien? ¿Tuvimos resentimientos? ¿Fuimos egoístas, deshonestos o cobardes? ¿Debemos disculpas a alguien? ¿Llevamos dentro de nosotros cosas que debimos haberle platicado a otra persona, sin ninguna demora? ¿Fuimos buenos y comprensivos con todos? ¿Qué cosa hubiéramos podido hacer mejor? ¿Pensamos en nosotros mismos la mayor parte del día? ¿O pensamos en lo que podríamos hacer por los demás, en nuestra pequeña contribución que podremos aportar a la vida que transcurre? Mas debemos poner mucha atención en no caer en inquietudes, en remordimientos o en reflexiones depresivas, pues esto disminuirá nuestra posibilidad de ser útiles a los demás. Después de este examen de conciencia, le pedimos perdón a Dios, y le pedimos que nos haga saber las medidas adecuadas para mejorar nuestra conducta.

Inmediatamente después de despertar, pensamos en la jornada que nos espera. Hacemos un plan y, antes de comenzar, pedimos a Dios que guíe nuestros pensamientos, suplicándole alejar de nosotros toda autoconmiseración y todo comportamiento que pudiera ser deshonesto o egoísta. En estas condiciones, podemos usar nuestras facultades mentales con extrema seguridad, porque, después de todo, Dios nos ha dado una inteligencia para servirnos de ella. Nuestra inteligencia se elevará a una dimensión mucho más elevada, cuando nuestros pensamientos sean liberados de motivaciones egoístas.

Cuando pensamos en la jornada que nos espera, quizás debamos afrontar dentro de nosotros a la indecisión. Pudiera ocurrir que no sepamos qué camino recorrer. Entonces pedimos a Dios que nos inspire, que nos haga decidir, una intuición. Nos tranquilizamos, tomamos las cosas con calma. No combatimos. Nos sorprendemos de poder encontrar buenas resoluciones después de haber hecho estas tentativas durante un cierto tiempo. Lo que tenía toda la apariencia de ser un golpe de suerte o una inspiración del momento, poco a poco se convierte en un hábito de nuestra mente. Como aún nos falta experiencia porque hace poco tiempo que iniciamos un contacto con Dios, es poco probable que seamos tocados por la inspiración todas las veces. Es posible también que paguemos esta presunción con toda clase de acciones y de ideas absurdas. No obstante, nos damos cuenta de que, con el tiempo, naturalmente, nuestro modo de pensar se avecindará más cerca de la inspiración. Poco a poco podremos fiarnos de ella.

Terminamos generalmente nuestra meditación con una oración en la que pedimos a Dios que nos haga saber, durante todo el día, cuál es el próximo paso que debemos dar y que nos conceda aquello que necesitamos para resolver tales problemas. En particular, pedimos no ser esclavos de las propias visiones personales, y nos cuidamos de pedir algo para nuestra ventaja. Podemos pedir alguna cosa para nosotros que sea también para el bien de otros. Ponemos mucha atención en que nuestra oración no sea formulada para obtener el cumplimiento de nuestros deseos egoístas. Muchos de nosotros han perdido mucho tiempo haciendo esto, y así no se obtiene ningún resultado. Puede usted fácilmente ver por qué.

Si las circunstancias lo permiten, podemos pedir a nuestras esposas o a nuestros amigos unirse a nosotros en nuestra meditación de la mañana. Si la religión que profesamos requiere expresamente ciertas oraciones de devoción en la mañana, cumplimos este deber. Si no pertenecemos a ninguna religión, escogemos algunas veces oraciones que delineen los principios que hemos estudiado. Aunque hay muchos libros útiles, un sacerdote, un pastor o un rabino están capacitados para darnos sugerencias a este respecto. Dese rápidamente cuenta en qué cosa tienen razón las personas religiosas. Sírvase de aquello que le ofrezcan. Durante el día hacemos una pausa cuando estamos agitados o tenemos dudas, y pedimos luz y acción. Nos acordamos en todo momento de que ya no estamos para dirigir el espectáculo, repitiéndonos esta frase muchas veces durante el día: “Hágase Tu voluntad.” Entonces corremos mucho menos riesgos en lo que concierne a nuestros nervios, al miedo, la cólera, la inquietud, la autoconmiseración y las decisiones alocadas. Nos volvemos personas eficientes. No nos cansamos tan fácilmente, porque no quemamos más nuestra energía de manera alocada, como lo hacíamos cuando intentábamos organizar nuestra vida para complacernos a nosotros mismos.

Este método es eficaz -lo es realmente.

Nosotros, los alcohólicos, somos indisciplinados. Entonces dejemos que Dios nos discipline con el método tan simple que acabamos de explicar.

Pero esto no es todo. Todavía hay muchas cosas que hacer. “La fe sin las obras es una fe muerta”. El próximo capítulo está enteramente dedicado al Duodécimo Paso.

Tomado de “EL LIBRO AZUL.- Traducción española del texto básico de la Edición de los Pioneros de Alcohólicos Anónimos”.

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