“No te creo porque, con todo lo que dices, pareces mi peor enemigo; incluso me das miedo, me aterrorizas, porque sabes cómo hacerme sentir mal, inferior, torpe, descalabrado, indefenso, necesitado de ayuda, o de prestigio, o de poder, o de cualquier otra cosa que me vendes, que me hace salir frenéticamente a buscarla o que me hace esconder en el rincón de la cama”.
Querido intelecto: no te creo cuando incesantemente me dices que no me quiero, que algo me falta, que son demasiadas cosas las que no admiro de mí y que me falta tanto por lograr.
Cuando me despiertas en la madrugada con todo el repaso de cosas que no hice bien, con la cantaleta de los errores que cometí y con todos los obstáculos que truncan mi camino. No te creo cada vez que haces una lista de comparaciones cuando estoy con mi colega de trabajo, con mi vecino o con mi mejor amigo; cuando no me dejas disfrutar de los momentos con los seres que más quiero porque en vez de estar con ellos estás procesando los pendientes de la semana y recorriendo millones de veces el futuro que planeas que será bueno para mí y para mi familia, que, por cierto, viste en una revista.
No te creo porque cuando platico con los demás me doy cuenta de que sus informaciones son muy parecidas a esas repeticiones incansables que me tienen tenso todo el tiempo.
No te creo cuando me llevas tantas horas, a veces días, a los pasajes del pasado y cuando me doy cuenta muchísimas cosas han transcurrido en el hoy, que me perdí como un zombie. No te creo porque a veces usas hasta las mismas frases de la televisión o de las reuniones que sigo escuchando sobre la vida, sobre el éxito, sobre la felicidad o sobre las maneras de vivir.
No te creo porque, con todo lo que dices, pareces mi peor enemigo; incluso me das miedo, me aterrorizas, porque sabes cómo hacerme sentir mal, inferior, torpe, descalabrado, indefenso, necesitado de ayuda, o de prestigio, o de poder, o de cualquier otra cosa que me vendes, que me hace salir frenéticamente a buscarla o que me hace esconder en el rincón de la cama.
No te quiero creer, porque me dices a diario que el mundo está de cabeza, que no valemos la pena como humanidad, y que cada día empeoramos.
No te creo porque tus mejores amigos son los noticiarios, y los programas amarillistas que propagan las tragedias y las vuelven una carnicería para el morbo.
No te creo porque estás totalmente aliado con el dinero, como si éste fuera un ser aislado de Dios y le das un poder solitario a un cascarón vacío, y te olvidas, muy a menudo te olvidas, que la fuente de todo, incluso de ese dios falso, es un amor supremo que no alcanzas a comprender.
No te creo porque quieres analizar al arte, cuando éste tiene todas las claves para hacer vibrar a mi alma sin cuestionamiento alguno y cuando te doy cabida, echas todo a perder.
No te creo porque cuando mi madre o mi padre me ven con sus ojos cansados buscando en los míos la luz que los aliente a morir tranquilos sabiendo que su linaje sigue adelante con toda su fuerza, tú te metes y me robas el momento de un suspiro sincrónico en el que un universo se crea cuando dos corazones se conectan. Así que, intelecto: no te creo, no quiero creerte.
Antonio Esquina, mayo 2015
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miércoles, 25 de marzo de 2020
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